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Todos se han convertido en lo que nunca querían ser. Autómatas de frío engranaje y corazón blindado. Sueños pisados por el deber, promesas olvidadas, palabras que nunca dijimos y lágrimas que nunca mostramos. Olvidar el valor de la calidez de una sonrisa, la mano que te levanta del suelo preguntando si estás bien, carreras entre bulevares, días de lluvia jugando al escondite en el garaje, atardeceres en la piscina, el helado que se derrite, la pierna nerviosa que no deja de moverse en los exámenes, la mano aburrida que sostiene la cabeza de un niño que espera con ansia el sonido del timbre anunciando el recreo, pantalones rotos, corazones sanos. Medianoche, medialuna, amistad sin interés.
Como si de una pesadilla se tratara, observas tu alrededor, todo ha cambiado, tu casa no es la que era, no hay rastro de calidez, observas a tus amigos y te das cuenta de que dejaron de serlo. Tu visión a cambiado, ahora eres una presa fácil. Mira los ojos de esa gente; perdieron su color. Mientras tu te sumerges en tu mundo solitario, los demás se preparan para la guerra, os han soltado en el campo de batalla, allí no hay amigos. La vida real muestra su cara, vacilante desde las sombras. Incluso los árboles saben que tu alma se está contaminando de esa tóxica y contagiosa enfermedad llamada sociedad. Desconfían, muestran su lado más arrogante para ocultar su temor, te estrechan la mano, te sonríen por obligación, y tu asustado, te das cuenta de que están intentando cogerte y pronto serás uno más.
Con el paso de los años, te das cuenta que tu mejor etapa alcanzo a volar, como una luciérnaga que se esconde en invierno, pero esta vez, con la certeza de que no volverán, te aferras a tus recuerdos con nostalgia, pensando en si queda alguien que no haya sufrido dicha tragedia.
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